domingo, enero 07, 2007

El Andinista

Cuantan los lugareños que un andinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía despúes de años de preparación, pero quería la gloria para él solo... por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima. Oscureció.
La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires, caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo, y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos en la vida; él pensaba que iba a morir. Sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos, sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de inquietud, suspendidos por los aires, no le quedó más que gritar:
- ¡Ayúdame Dios Mío!
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: - ¿Qué quieres que haga?
- ¡Sálvame Dios Mío!
- ¿Realmente crees que te pueda salvar?
- Por supuesto Señor!
- Entonces corta la cuerda que te sostiene…
Hubo un momento de silencio y quietud, pero el hombre se aferró más y más a la cuerda. Cuenta el equipo de rescate, que al otro día encontraron colgado a un andinista, congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda, a dos metros del suelo…