(Adaptación de una fábula de Esopo)
Era pleno verano y el calor tenía a mal traer a todos los animales del bosque. La única criatura que, pese a todo, seguía adelante con sus tareas como si el abrasante Sol no le molestara en lo absoluto, era la hormiga Juana, que iba y venía a su hormiguero, llevando provisiones.
- ¡Qué calor! – dijo mientras se secaba la transpiración con un brote de césped.
- Si tienes tanto calor, ¿por qué no descansas? – preguntó una voz.
Juana levantó la cabeza y vio a una sonriente cigarra, que muy cómoda y fresca, se abanicaba con una hoja en la rama de un árbol.
- Tengo que juntar provisiones para el invierno – le respondió.
- ¡Pero si estamos en pleno verano! – se asombró la cigarra.
- Por eso mismo, asintió Juana – tengo que aprovechar para llenar mi despensa en el verano, y así no me faltará comida en el invierno -. Y dando por terminada la conversación, cargó sobre su cabecita una diminuta semilla y se marchó rumbo al hormiguero.
- ¡Qué ganas de complicarse la existencia! – comentó la cigarra. Y comenzó a cantar:
Soy la cigarra que canta,
A mí el trabajo me espanta.
Yo disfruto de la vida
Al revés de la hormiga.
- Mejor no le respondo – pensó Juana, furiosa -. Si hago como que no la escucho, seguramente se va a terminar cansando y me dejará en paz.
Pero la cigarra no se cansó y pasó todo el verano inventando nuevas canciones para burlarse de la laboriosa hormiga.
Y llegó el otoñó y la cigarra siguió cantando, pero nadie la prestaba mucha atención porque todos estaban muy ocupados preparándose para el invierno. Los pájaros dejaban sus nidos para emigrar hacia lugares más cálidos. Los osos limpiaban las guaridas, lobos y pumas preparaban sus cuevas en las montañas, liebres y conejos cavaban sus madrigueras, las ardillas se acomodaban en los troncos de los árboles. Y la hormiga Juana, por supuesto, seguía llenando su despensa de provisiones.
- Este bosque se ha vuelto muy aburrido – comentaba la cigarra -; no sé por qué todos se apuran tanto si todavía falta un montón para el invierno.
Pero ese año el invierno llegó antes de lo previsto y, de todos los animales y bichos del bosque, la cigarra era la única que no tenía casa, ni comida, ni abrigo. Cuando quiso buscar un refugio, descubrió que hasta el más mínimo huequito del bosque estaba ocupado y que nadie deseaba su compañía.
Voló de un rincón a otro llamando inútilmente a todas las puertas, pero ninguna se abrió para permitirle pasar. A todas las casas acudió menos, por supuesto, a la de la hormiga Juana porque, si los demás no la querían con ellos – pensaba – mucho menos la querría la hormiga, de la que tanto se había burlado.
El frío se hizo más crudo y comenzó a nevar. La cigarra se sintió perdida. Volaba constantemente para mantenerse en calor, pero pronto se le acabaron las fuerzas y, muerta de frío y de hambre, se dejó caer al pie de un árbol.
Cubierta de nieve desde las patas hasta las puntas de las antenas, la cigarra fue adormeciéndose poco a poco. Entre sueños, sintió que alguien le tiraba de sus patas y le arrastraba el cuerpo. Cuando despertó, vio que se encontraba en la casa de la hormiga Juana, que la había acostado y abrigado, y le estaba preparando una rica sopa calentita de granos de arroz.
Era pleno verano y el calor tenía a mal traer a todos los animales del bosque. La única criatura que, pese a todo, seguía adelante con sus tareas como si el abrasante Sol no le molestara en lo absoluto, era la hormiga Juana, que iba y venía a su hormiguero, llevando provisiones.
- ¡Qué calor! – dijo mientras se secaba la transpiración con un brote de césped.
- Si tienes tanto calor, ¿por qué no descansas? – preguntó una voz.
Juana levantó la cabeza y vio a una sonriente cigarra, que muy cómoda y fresca, se abanicaba con una hoja en la rama de un árbol.
- Tengo que juntar provisiones para el invierno – le respondió.
- ¡Pero si estamos en pleno verano! – se asombró la cigarra.
- Por eso mismo, asintió Juana – tengo que aprovechar para llenar mi despensa en el verano, y así no me faltará comida en el invierno -. Y dando por terminada la conversación, cargó sobre su cabecita una diminuta semilla y se marchó rumbo al hormiguero.
- ¡Qué ganas de complicarse la existencia! – comentó la cigarra. Y comenzó a cantar:
Soy la cigarra que canta,
A mí el trabajo me espanta.
Yo disfruto de la vida
Al revés de la hormiga.
- Mejor no le respondo – pensó Juana, furiosa -. Si hago como que no la escucho, seguramente se va a terminar cansando y me dejará en paz.
Pero la cigarra no se cansó y pasó todo el verano inventando nuevas canciones para burlarse de la laboriosa hormiga.
Y llegó el otoñó y la cigarra siguió cantando, pero nadie la prestaba mucha atención porque todos estaban muy ocupados preparándose para el invierno. Los pájaros dejaban sus nidos para emigrar hacia lugares más cálidos. Los osos limpiaban las guaridas, lobos y pumas preparaban sus cuevas en las montañas, liebres y conejos cavaban sus madrigueras, las ardillas se acomodaban en los troncos de los árboles. Y la hormiga Juana, por supuesto, seguía llenando su despensa de provisiones.
- Este bosque se ha vuelto muy aburrido – comentaba la cigarra -; no sé por qué todos se apuran tanto si todavía falta un montón para el invierno.
Pero ese año el invierno llegó antes de lo previsto y, de todos los animales y bichos del bosque, la cigarra era la única que no tenía casa, ni comida, ni abrigo. Cuando quiso buscar un refugio, descubrió que hasta el más mínimo huequito del bosque estaba ocupado y que nadie deseaba su compañía.
Voló de un rincón a otro llamando inútilmente a todas las puertas, pero ninguna se abrió para permitirle pasar. A todas las casas acudió menos, por supuesto, a la de la hormiga Juana porque, si los demás no la querían con ellos – pensaba – mucho menos la querría la hormiga, de la que tanto se había burlado.
El frío se hizo más crudo y comenzó a nevar. La cigarra se sintió perdida. Volaba constantemente para mantenerse en calor, pero pronto se le acabaron las fuerzas y, muerta de frío y de hambre, se dejó caer al pie de un árbol.
Cubierta de nieve desde las patas hasta las puntas de las antenas, la cigarra fue adormeciéndose poco a poco. Entre sueños, sintió que alguien le tiraba de sus patas y le arrastraba el cuerpo. Cuando despertó, vio que se encontraba en la casa de la hormiga Juana, que la había acostado y abrigado, y le estaba preparando una rica sopa calentita de granos de arroz.